viernes, 29 de junio de 2007

EXCALIBUR Y EL REY ARTURO

Hoy me levanté pensando que yo era el Rey Arturo y sin saber por qué y cómo me encontré en un gran desierto. Me encontraba en ese lugar mucho tiempo... tanto que la cabeza me daba vueltas y el estómago me golpeaba incesantemente pidiéndome comida y, sobre todo, agua. Estaba solo, sin nadie que pudiera ayudarme a salir de los momentos amargos que pasé buscando una sonrisa en medio de la tristeza de ese desolado sitio donde reinan las arenas. Estaba solo, sumergido en mi tristeza.
Ni siquiera venía a visitarme un espejismo que hiciera crecer mi ilusión de existir y me llevara a buscarlo –a buscar ese espejismo- para encontrar la muerte.Mi ropa estaba en tirones, mis labios en carne viva y mi cuerpo era una llaga completa por la acción del quemante sol que había caído sobre mí quién sabe cuántos días ya. Y, para completar el cuadro, mil enemigos revoloteaban a mi alrededor tratando de quitarme la cabeza.
No sabía qué hacer. ¡Estaba cansado, tenía hambre, sed y estaba con el temor de ser capturado y muerto por quienes procuraban encontrarme... y me buscaban incesantemente! ¡No tenía nada con que defenderme! ¡Estaba completamente inerme frente a la adversidad del momento!
De pronto, miré hacia donde el sol sale... Porque el sol salió temprano. A diferencia de otros días, en ese instante mágico de un sol que recién aparece y se muestra magnánimo puesto que no quema sino que hasta causa un placer mayúsculo al mostrarse con belleza sin igual en ese horizonte que, algunas horas después, no querríamos ni pensar siquiera que pudiera existir por la forma como nos castigarían sus rayos, esos rayos que dejaban sentir su peso de plomo en nuestras espaldas, en nuestra cara, en nuestros pies… en nuestra alma.
En ese instante pude ver una gran piedra frente a mí. ¿Qué hacía esa gran piedra en el desierto? Era el reino de las arenas, no de las piedras. En esa gran piedra se encontraba incrustada una espada... ¡Qué hermosa era la espada! Sólo alcanzaba a ver una pequeña parte de ella. Tenía una excepcional belleza. Indudablemente que el forjador había puesto todo su arte al crearla.
¿Qué hacía esa espada en este desierto? ¿Cómo había logrado ser traída con piedra y todo? Porque era una piedra tan inmensa que parecía una montaña.
Era precisamente lo que yo necesitaba. Me encaramé en la gran piedra y tomé la espada. Sin ningún esfuerzo la hice mía. En la empuñadura tenía un nombre escrito: "Excálibur". Había escuchado hablar de Excálibur. Las tradiciones decían que sería de quien lograra sacarla. La principal cualidad que debía tener quien poseyera a Excálibur era el de ser un hombre valiente y de buen corazón.Durante muchos siglos nadie había podido sacar a Excálibur. Los más valientes caballeros de todos los reinos llegaban a intentarlo, pero nunca lo lograron. Ahora. Excálibur estaba aquí, en pleno desierto, frente a mí... ¿Habría venido a buscarme? Yo la necesitaba, era imperioso tener con que defenderme. Y precisamente cuando la necesité... estuvo, estuvo frente a mí en un lugar donde no debería estar. Pude blandirla. Con ella hice frente a todos los que me buscaban y los derroté sin mayor esfuerzo. Yo solía acariciar a Excálibur tiernamente. Le hablaba como se habla a la mujer que uno ha esperado durante mucho tiempo y llega a hacernos ver que nosotros sin ella no somos nada. Para mí Excálibur era una mujer, una mujer hermosa, de belleza serena. En realidad era ella quien me había atraído, quien me había llamado, quien me hizo buscarla de esa forma tan extraña. Excálibur.estaba de estar entre mis manos. Siendo la espada más bella, también era la más sensible y flexible que el mundo haya podido conocer. Tenía vida propia y precisaba ser tratada con cariño, por eso yo la acariciaba, le hablaba… Hacía que Excálibur durmiera conmigo... Y llegué a hacerle el amor en muchas ocasiones... encontrando en ella una respuesta positiva y ardiente.
En mis sueños la veía transformada en una bella mujer: ojos cafés grandes, cabello largo y negro, boca sensual, rostro de querubín, cuerpo bien delineado por las curvas que Afrodita supo otorgarle... en fin, nada le faltaba.
Desde entonces, siempre he cogido a Excálibur muy cariñosa, pero también muy diestramente. Ella conversaba conmigo en los instantes de mayor intimidad, sobre todo en las noches serenas cuando conmigo dormía, con su cabecita en mi pecho, acariciada por mis palabras de amor, entrelazando sus piernas con las mías, y rodeada de mis brazos que le hacían sentir todo el amor que había despertado en mí... Yo podía escuchar su respiración serena, y sus suspiros amorosos, cuando nos encontrábamos en esos instantes supremos de amor inigualado.
Yo soy el Rey Arturo, aquel de quien habla la mitología inglesa. Soy el héroe de mil batallas. Soy el preferido, el protegido del Mago Merlín, más importante mago que el mundo haya conocido... ¿Qué de raro tiene que el Rey Arturo cogiera a Excálibur e hiciera con ella mil proezas?
Seamos optimistas hasta en los momentos de mayor pesimismo
Walter Saavedra

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