lunes, 28 de mayo de 2007

¿Derecho de salud?

Si algún día existiera un verdadero seguro universal de salud para los pobres, habría antes que multiplicar el número y la dispersión de los centros de atención
¿Qué diría usted si se gana un premio promocionado en todos los medios, que consiste en una vuelta al mundo, pero al recabar este se entera de que solo podrá ser usado dentro de veinte o treinta años, porque, por ahora, no se cuenta con los aviones ni los espacios de hotel requeridos? Escoja usted el calificativo que le pondría a ese premio. Para mí, el término apropiado sería fraude. Lo que se otorga, al final, no es lo que se ofrecía. No sorprende que este juego con la ilusión sea una de las mañas preferidas del político. Es el caso, por ejemplo, del Seguro Integral de Salud (SIS). Creado en el 2002 y potenciado por el actual Gobierno, el SIS garantiza la atención gratuita en establecimientos de salud para las familias pobres. Según un reciente informe de la Defensoría del Pueblo, el SIS no cumple lo ofrecido.
El informe de la defensoría revela que no se cumple la gratuidad ofrecida a los pobres, quienes deben pagar un conjunto de cobros y gastos. Una entrevistada dijo:
"Me dieron una receta de seis medicamentos en la farmacia del hospital. Me entregaron solo uno y me dijeron que el resto no lo tenían y no sabían cuándo llegarían, que debía comprarlas por mi cuenta".
La falta de medicamentos y de materiales es una constante y termina encareciendo o excluyendo la atención. No se cumple con las normas del SIS, que exigen que los afiliados estén plenamente informados de sus derechos. La defensoría constató que tampoco se cumplen las normas que exigen la participación ciudadana, la confidencialidad de la información médica del paciente y el trato no discriminatorio por razones raciales, de sexo, etc. Otra carencia se debe a la alta inasistencia del personal médico, por lo que es muy frecuente que los pacientes deban acudir más de una vez al centro de atención. Cuando se trata de una emergencia, la inasistencia del personal tiene consecuencias trágicas. Otro incumplimiento del sistema se refiere a la calidad del servicio, que si bien los pacientes difícilmente saben evaluar, padece de evidentes fallas en aspectos elementales como la limpieza, la asepsia y la administración de medicamentos vencidos.
Si bien el informe de la defensoría es meritorio por su oportunidad y calidad técnica, solo alumbra una porción de la realidad. El informe se refiere únicamente a la población que ha sido atendida por el SIS. Pero por razones de distancia, de pocos y malos caminos, y del costo de la movilidad, gran parte de la población más pobre nunca llega a las puertas de un centro de atención. Las garantías ofrecidas por el flamante seguro son irrelevantes para ellos. Si algún día llegara a existir un verdadero seguro universal de salud para los pobres, habría antes que multiplicar el número y la dispersión geográfica de los centros de atención, lograr la aceptación del personal médico para vivir en lugares sumamente alejados de sus vidas personales y profesionales, y multiplicar el presupuesto del seguro para cubrir las necesidades de materiales e instrumentos. Hasta que se cumplan esas condiciones, el premio ofrecido por el SIS no es real para ellos.
Invoco a la defensoría a profundizar y completar la evaluación iniciada con el informe publicado, enfocando esta vez la situación de la población que se encuentra marginada del mundo de los seguros y de los ofrecimientos políticos. Solo entonces contaríamos con un inventario total de la distancia que existe entre lo ofrecido y lo cumplido en cuanto a los derechos de salud de los pobres. Después de varias décadas de retroceso en las políticas de salud, vivimos un momento alentador en cuanto al sinceramiento de la realidad educativa. Es hora de sincerar también la realidad de la salud.
Por Richard Webb

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